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lunes, 5 de marzo de 2012

Los crotos hicieron de Olavarría su patria

Foto: Enrique Zelaya

Hay historias atrapantes, con demasiados kilómetros de libertad y de vida. Desde la gerente que renunció para dedicarse al saxo o el que viajó de Mar del Plata a Río de Janeiro a dedo, pedal y carreta hasta el transportista que vendió todo para no tener ataduras. Las Croteadas fueron por los pueblos cautivando a propios y ajenos.

Karina Gastón
kgaston@elpopular.com.ar

"Sí, soy crota", dice Ana María Ordóñez, soltando la risa, parada en el medio de una callecita de la Villa. Le encanta caminar, pedalear, escribir, tocar el saxo y "todo lo que no me ate". Llegó a Olavarría el viernes atraída por las Croteadas, muy lejos de aquella gerente de empresas que supo ser hasta hace 17 años. A los 68 cuenta que un buen día eligió vivir "solo con lo necesario" y es para creerle.

Es sábado y el sol envuelve a ese pueblo de cemento que creció anillado a la fábrica y que hace un par de semanas pidió ser parte de la propuesta impulsada por los Museos de los Pueblos. Alrededor de esa crota marplatense hay muchos otros compañeros de ruta, llegados de diferentes rincones de la Provincia en bicicleta, con carretilla y de a pie entremezclados con artistas, decidores, músicos, narradores y vecinos que se van sumando a la pasada.

La idea es caminar por las calles y la historia de ese lugar atravesado por el apellido Fortabat, en medio de vivencias, poemas, guitarreadas, canciones y cuentos. "Me encanta toda esta movida", dice la mujer que integra la Asociación Crotos Libres de Mar del Plata, luego de asistir a la primera jornada que reunió a 500 asistentes entre Sierras Bayas, Colonia Hinojo, Hinojo y Colonia San Miguel durante la tarde-noche del viernes. La expectativa es continuar por Espigas, esa tarde, recorriendo taperas, pisando sitios históricos, mateando y con charlas animosas para terminar saboreando un guiso de "cuchara parada".
La iniciativa fue ideada por la Red de Museos Municipales de los Pueblos, dependiente de la Subsecretaría de Cultura, Educación y Turismo municipal, con adhesión de la Asociación de Crotos libres marplatense. Y despertó el interés de propios y ajenos. "Yo me prendo en todas las movidas que puedo", admite un señor de boina campestre y bastón, haciendo una pausa bajo la sombra. Fue transportista, constructor y un destacado empresario hasta que un día eligió cambiar. "Ahora tengo mi diploma de croto", dice este tandilense de 72 años, con caderas frágiles pero de espíritu intacto.
"Firmo Cacho Rodríguez aunque me llamo Juan Carlos y aprendí a vivir con poco", revela, ante la consulta de EL POPULAR. La abundancia económica "me tenía atrapado. Hoy tengo más libertad y ando casi bien si no fuera por las piernas", confiesa con cierto brillo en los ojos.

A pocos metros, lo espera un ansioso Rubén Filipuzzi, el lomanegrense que se sintió atraído por la caminata de los crotos y no quiso quedar al margen. Apostado en su bicicleta y después de recitar un poema debajo de un árbol, cosechó aplausos y "amistades". "Acá somos un poco esclavos del trabajo y hacer una pausa siempre viene bien", observa finalmente, feliz de alojar visitantes como Cacho.
Tejiendo historias

La caminata de los crotos termina poblando la villa, genera ruido, despierta curiosidad y hasta consigue aliados al paso. Así reacciona ese pueblo de chimeneas y de historias construidas sobre las piedras. Desde el hogar infantil y los orígenes de la villa fabril hasta la peluquería de Ligore, que encierra buena parte de los cortes y la memoria reciente.

"Me encanta y está muy ligado a lo nuestro, que es recuperar la memoria y que se sigan tejiendo historias", comenta Ivanna Roselli refiriéndose a la Croteada olavarriense. Abrazada a su tambor de pita, observa con alegría el andar de los caminantes sin arrepentirse de haber llamado a Maribel García, la directora de los Museos de los Pueblos, para preguntarle si podía participar con sus relatos.
"Cuento cuentos y veo que hay como un despertar, hay ganas de sostener historias", dice la joven llegada desde la Capital. Es narradora desde hace siete años y fue una de las "Cincuenta que Cuentan" que se hizo en nuestra ciudad. "Creo en el rescate de la memoria de los pueblos y de mi propia familia. Tomo fragmentos de la vida real y trabajo sobre esto y quise volver acá porque la experiencia de la narración fue hermosa", expone.

Detrás, a media cuadra, viene Lili manejando su auto. Avanza despacito y se detiene cuando surge un relato, un cuento, una canción o una humorada. "Vine con mi esposo, llegamos ayer (por el viernes)", explica la mujer de Pinamar. Tiene 60 años y aún carga con secuelas de una parálisis infantil. "Mi fuerte no es caminar distancias largas pero estos lugares chicos tienen eso... Integran", dice con gratitud, declarándose amiga virtual de Ana María Ordóñez y sus Crotos Libres. Participa de esta Croteada aferrada al volante, guiada por Pablo, un pequeño de 10 años que vive en Loma Negra y se ofreció como "asistente turístico" dentro de la villa.

Más adelante va Pedro Ribeiro, músico, atleta y "croto desde antes de nacer". Tiene 72 años y lleva miles de kilómetros caminados a la par de su compañera de vida, Ana María Ordóñez. Juntos cruzaron Argentina y Chile en bicicleta hasta unir el Atlántico con el Pacífico y viajaron a dedo, en carreta y a pedal hasta llegar a Río de Janeiro.

"La libertad debería ser para todos", dice sobre el final, dispuesto a seguir trotando por el mundo y volver, algún día a esta ciudad que conoció hace 35 años y que hoy ve "muy cambiada y cómo ha evolucionado a fuerza de cemento". En la plaza se escuchan risas. Es Canela, de Colombia, que le pone brillo a la jornada con uno de sus cuentos caribeños, mientras el mate cocido humea en el Club, en honor y a la espera de todos esos crotos que por unas horas hicieron de Olavarría su patria.

Fuente: elpopular.com.ar

1 comentario:

maribelgarcia@coopenet.com.ar dijo...

Gracias Huellas Contemporáneas por hacerse eco de nuestra propuesta.
Maribel Garcia, directora, Red de Museos de los Pueblos, Municipalidad de Olavarria