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jueves, 8 de marzo de 2012

Bandera de mujer

Es chiquita y es gigante. Es madre y es coraje. Es mujer y es bandera. Es Susana Trimarco, una locomotora imparable que hace 10 años que busca a su hija secuestrada y convertida en esclava sexual. Marita Verón desapareció el 3 de abril del año 2002 y desde ese día, Susana Trimarco dejó de ser lo que era, una señora de clase media, una empleada estatal que vendía cosméticos a domicilio para ahorrar unos pesos y que tenía un piano en el medio de su living.

A partir de ese maldito día en que las mafias de la droga y la prostitución se llevaron a Marita, la señora tucumana y tranquila se transformó en un torbellino que colocó a la trata de personas en la agenda de este país. Susana hizo de todo. Pateó las puertas del poder, se convirtió en detective de las noches de lujuria fingida y delictiva, se infiltró en las redes de prostitución.

Un día la vendedora de cosméticos que tocaba el piano se puso una pollera corta de cuero negro, unos tacos inmensos, se batió el pelo, enrojeció su boca a brochazos gruesos, aumentó su escote hasta el límite y se puso aros tan pesados como dorados. Susana se transformó en Jennifer, una prostituta de mentira que se metió en todos lados para desnudar la mentira.

Para buscar la verdad sobre su hija y sobre y todas las hijas del norte profundo y pobre de la Argentina que son robadas y sometidas. Su lucha incansable, su valentía a toda prueba fue una cuña clavada en el medio de la mafia de políticos, jueces y policías que eran cómplices de estas redes de prostitución. Susana dijo de si misma: “me convertí en una bomba atómica en el trasero de los políticos”. Y los denunció a todos. Y no se asustó con las amenazas de muerte.

Y no dio un paso atrás ni para tomar impulso. La intentaron quebrar por todos lados. La humillaron, sembraron cizaña, mintieron y Susana resistió a todo. Ayer terminó de dar testimonio en el juicio por la desaparición de Marita. Ahora les toca a los testigos. Susana dijo cosas terribles. Desgarradoras. Dijo que si mataron a su hija quiere que le entreguen los huesitos. Que si es verdad que Marita tuvo un hijo producto de la violación de uno de los imputados, quiere recuperar a ese chico porque es su nieto y que por eso le pidió ayuda a las Abuelas de Plaza de Mayo.

Susana no pudo encontrar todavía a Marita. Pero ayudó a liberar a cientos de Maritas en los lupanares de La Rioja, Tucumán y hasta en España. Su sistema fue insólito al principio. Su esposo y un comisario amigo entraban a esas falsas whisquerías de luces rojas y pedían que les trajeran a todas las chicas para elegir una. Fingían ser clientes y en un momento el policía mostraba su placa y gritaba: “¿Quién está acá contra su voluntad?”. De inmediato entraba Susana para contenerlas.

Para abrazar a esas pibas torturadas por la degradación y llevarlas a salvo con sus familias. Cientos de pibas rescataron así. Casi todas eran jóvenes, morochas, pobres y frágiles. Todas estaban aterradas. Las molían a palos. Susana Trimarco es un ejemplo para el día de la mujer.

Porque es de esas mujeres imprescindibles, las que luchan toda la vida. Fue premiada por Condoleeza Rice en los Estados Unidos y en cien lugares más. El jefe del Parlamento Europeo elogió su epopeya. Fue representada por Soledad Silveyra en una ficción de Telefe que se llamó “Vidas Robadas”y ayudó a sembrar conciencia. David Bolzoni le escribió una canción llamada “Hijas de la libertad” que dice así: “Libéralas por favor, de este castigo a su corazón/ Si ellos tratan, vos podes, vos podes. Y ese final fue elevado a consigna y guía: Si ellos tratan, vos podes. Nosotros podemos.

Susana es un misil contra la esclavitud del siglo 21. Contra el despojo de la condición humana que se le hace a las mujeres. Tuvo que zambullirse en la basura para liberar de sus cadenas a tantos cuerpos sometidos. Se infiltró en los piringundines de morondanga. Armó una fundación que solo se dedica a dinamitar la trata de personas.

Se jugó la vida. Y hoy anda por la vida con el retrato de Marita y dice que no le tiene miedo a nada y a nadie. Dan ganas de levantar un cartel que diga: “No se olviden de Marita”. Ni de Susana Trimarco.

Dice que solamente se quedará en su casa cuando vea a su hija Marita fundirse en un abrazo con su nieta Micaela. Solo ese día volverá a tocar el piano. Solo ese día dejará de ser bandera para volver a ser mujer.


Autor: Alfredo Leuco (Columna de política, Radio Continental)

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