A lo
largo del Noroeste hay una verdad incontrastable: todo es vida y color.
Desde sus multifacéticas montañas a las vestimentas de los pobladores,
pasando por las mesas de casas y restaurantes, todo es un vivaz reflejo
de lo que provee la tierra. Al oeste de Salta, Cachi es uno de esos
lugares en donde la gente es también su paisaje, y hay que conocer al
paso lento los atractivos turísticos mientras se observa y disfruta lo
que la naturaleza pone a diario en los ojos y los platos.
La iglesia de adobe y cardón de San José, del siglo XVII, es hoy Monumento Histórico Nacional.
TIERRA FERTIL Mucho
se nombra Cachi a nivel turístico. Lo especial del lugar queda claro
apenas se emprende camino a través de la mítica RN40, atravesando
pueblitos y parajes perdidos, o desde la capital salteña, surcando la
montaña por caminos de cornisa por encima de las nubes, con escenarios
como la Cuesta del Obispo. El pueblo en sí es pequeño y acogedor, ideal
si se quiere descansar y nutrirse del silencio. También si se pretende
hacer largas caminatas, escalar o recorrer sitios arqueológicos y museos
donde se explica la historia de siglos pasados, al calor de barcitos
con fachadas de adobe y cardón.
Pero poco se sabe de la fecunda tierra que enmarca al pueblo. En la
propia Cachi, y en especial en la zona productiva de Cachi Adentro,
campos de maíz morado, blanco y amarillo se desprenden de las laderas
hasta las propias calles. Al otro lado llaman la atención los rojos
furiosos de secaderos que exhiben pimientos al sol, y montículos
cargados de papines pintados. Chauchas repletas de porotos blancos,
pilones de cebollas y fardos de “alfa”, como llaman los lugareños a la
alfalfa, generan cuadros cuyos colores son una celebración de la tierra
misma.
Para llegar a Cachi Adentro hay que cruzar el puente del río Cachi,
abastecedor del Calchaquí. Se recorren cuatro kilómetros por un camino
de ripio en excelente estado, ya que por allí pasan los proveedores a
diario, además de los pobladores. Inmediatamente comienzan a aparecer
los sembrados, que forman una imagen extraña y por demás bella, donde se
mezclan matices de campo tradicional con ondulaciones verdes,
amarillentas o rojizas, según la verdura u hortaliza en cuestión, pero
que al final presenta un corte abrupto en el horizonte donde se erige la
cadena montañosa de nueve cumbres. También buena para los vinos, la
región tiene a la cercana Cafayate como emblema de lo que esta tierra
desértica pero con buena amplitud térmica puede hacer con las uvas. Así
los productos llegan a las mesas de vecinos y turistas a diario, y en
los muchos restaurantes, comedores de hoteles y bares la frescura y
auténtico sabor de los alimentos es cosa corriente.
Si bien la gastronomía propiamente dicha se concentra en la calle
central, Gral. Güemes, y la Ruiz de los Llanos, toda Cachi tiene
productos de calidad. El resto-bar de Oliver, frente a la plaza, es uno
de los estandartes de esa buena mesa: locro y guiso de llama con
papines, parrilladas con verduras frescas, y las mejores empanaditas de
queso de cabra del Noroeste, además de las tradicionales salteñas de
carne y papa. Al fondo, casi saliendo del pueblo, el restaurante
Viracocha es buen anfitrión nocturno, y entre sus platos típicos se
recomiendan potentes tamales y humitas cocinadas en su propia chala. En
Lo de Genaro, a una cuadra de la plaza principal, también hay menú
local, que suma platos simples, pero con estilo, como pizzas de quinoa o
tostados vegetarianos. Ashpamanta, en la tradicional Bustamante, y el
restaurante Sol del Valle de la hostería Cachi completan cartas donde no
faltan sopas con verduras de estación, cazuelas de cordero o milanesas
de llama. Para cerrar la noche, hay que visitar el bar Por tu Culpa soy
Borracho, donde la exquisitez y variedad de vinos salteños dicen
justificar su curioso nombre.
Papines, maíces blancos, amarillos y violetas, ajos y zapallos en los mercados de Cachi.
POR EL PAGO Cabecera
de los Valles Calchaquíes, Cachi recuerda la brutal historia preincaica
y colonial sufrida por las distintas regiones de Catamarca, Tucumán y
Salta que comprendía su territorio. De manera llamativa, la vida diaria
del lugar entrelaza los recuerdos de poblaciones preexistentes con esa
impronta cristiana metida a la fuerza. Un rincón convocante lo
establecen las construcciones edilicias del centro, la plaza y
especialmente la iglesia de San José, Patrimonio Cultural Histórico
desde 1945. Se trata de una de las capillas más antiguas de los valles
(siglo XVIII), destinada en su creación a la catequesis y consolidación
de la lengua hispana. Desde y hacia ella hay peregrinaciones anuales, y
cada 19 de marzo se celebra su fiesta patronal.
Paradójicamente, enfrente, el Museo Arqueológico Pablo Díaz rememora
la historia de la región antes de la conquista, asegurando que allí se
muestra “cómo vivían nuestros antepasados antes de llegar los
españoles”. En unos 45 minutos se alcanza a completar una colección
formada por más de 5000 piezas de la zona en excelente estado, además de
recibir precisa información avalada por las excavaciones científicas.
Eso incumbe no sólo a los visitantes sino a los 7000 pobladores locales,
descendientes de la cultura diaguita calchaquí con influencia incaica,
muchos de los cuales siguen afincados en sus usos y creencias
ancestrales.
En la calle Bustamente, la más antigua, hay construcciones
coloniales del siglo XVIII y la piedra y el adobe predominan siempre,
con altas veredas que tratan de equiparar los desniveles, pero a veces
se convierten en precipicios que obligan a retroceder media cuadra para
poder retornar a la calle. En la mayoría de los casos los nombres de las
calles se indican en hierro y todas poseen faroles que se encienden al
atardecer, casi como un rito. Las hosterías son mundos aparte, donde el
fresco y el silencio se sienten en amplios patios de arcadas, con
arreglos en cerámica y soberbios cardones. Durmientes y puertas de
madera antigua merecen una mañana entera de reconocimiento, observando
el crecimiento del lugar en sus distintos circuitos, con casas que
respetan la construcción tradicional pero relucientes, al lado de otras
que cargan ya con siglos encima.
Un detalle importante es que Cachi está a 2300 m sobre el nivel del
mar, y la altura entonces se promociona como un contexto ideal para la
formación deportiva de elite. Su Centro de Entrenamiento de Altura está a
la vanguardia del rubro junto al Albergue Municipal, donde completan su
estadía los deportistas que deciden formarse allí. El complejo posee
una pista de cuatro andariveles, un predio polideportivo cubierto con
piso flotante, gimnasio de sobrecarga y box, además de una pileta
climatizada de 25 metros.
Con todo eso a disposición, una de las metas clave del lugar es la
cadena montañosa en la que se destaca el blanco punteante del Nevado de
Cachi, con 6720 m sobre el nivel del mar. Otro detalle sobresaliente lo
establece el hospital. Si bien es entendible que a un lugar turístico
lleguen buenas prestaciones y servicios básicos (cajero automático
incluido), el Hospital de Cachi sigue con sus servicios fuera de
temporada, y además de profesionales idóneos posee farmacia, para que no
se tenga que pagar un solo peso en remedios. Hacia los circuitos sur y
norte se ofrecen miradores y caminos que llevan a cruzar los ríos,
buenos atractivos del pago. Y se realizan excursiones a sitios
arqueológicos como El Tero, Las Pailas y Puerta La Paya, donde se ven
pircas, recintos habitacionales y tumbas circulares de los años 600 y
900, pertenecientes a la cultura de los Pulares y Payogastas. Todo esto
hace de Cachi un lugar por demás tentador y variado, reconocido también
por la frecuente generación de encuentros de productores de hilandería y
de ropa artesanal, y desde luego aquellos que remiten a sus alimentos,
como el Encuentro de Comida Vallista y el Encuentro de Productores de
Queso.
Fuente: pagina12.com.ar (Suplemento Turismo 12)